
Sagrada Comunión
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él. Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí.
Juan 6: 55-57
La Eucaristía es “fuente y culmen de la vida cristiana”. Los demás sacramentos, y de hecho todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están ligados a la Eucaristía y se orientan hacia ella. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. La Eucaristía es el signo eficaz y la causa sublime de esa comunión en la vida divina y de esa unidad del Pueblo de Dios por la que la Iglesia se mantiene viva. Es la culminación tanto de la acción de Dios que santifica el mundo en Cristo como del culto que los hombres ofrecen a Cristo y, por medio de él, al Padre en el Espíritu Santo. Finalmente, mediante la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia celestial y anticipamos la vida eterna, cuando Dios será todo en todos. En resumen, la Eucaristía es la suma y el resumen de nuestra fe: “Nuestro modo de pensar está en sintonía con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma nuestro modo de pensar”. (Catecismo de la Iglesia Católica 1323-1327)
Los católicos creemos que la Eucaristía, o Comunión, es tanto un sacrificio como una comida. Creemos en la presencia real de Jesús, quien murió por nuestros pecados. Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, también nos nutrimos espiritualmente y nos acercamos a Dios. La Eucaristía es un sacramento que se puede recibir más de una vez y, de hecho, se anima a hacerlo con la mayor frecuencia posible. Tenga en cuenta que para recibir la Sagrada Comunión en la misa, debe haber hecho su Primera Comunión, no tener conciencia de ningún pecado grave y, por lo general, haber ayunado durante una hora.
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